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    Mapa nuevo y preciso del mundo

           El rótulo “literatura de viajes” es demasiado abarcador para ser considerado como un género en sí mismo. No digamos para acoger los contenidos de una página web de estas características. Toda literatura, bien es cierto que en sentido amplio, podría llegar a encuadrarse dentro de una denominación tan amplia. La asunción en nuestra página web del sintagma ‘relato de viaje’ trata de arrojar luz dentro del vasto campo de la literatura de viajes, posibilitando a su vez la distinción entre varios géneros dentro de tan amplio espectro. La consideración, pues, del ‘relato de viaje’ como un género específico con unos rasgos determinados subyace en todo nuestro planteamiento y permitirá discriminar, entre otras cosas, entre obras de muy diferente calado.

           El relato de viaje, quizá por su condición cambiante es una forma literaria de difícil conceptualización. Sin embargo, posee suficiente entidad e identidad para ser considerada como género literario autónomo con características propias que lo delimitan y lo definen como tal. El ‘relato de viaje’ no deberíamos enmarcarlo dentro de la literatura de ficción; es una literatura basada en la experiencia viajera del autor.

           Podemos establecer una dialéctica que oscila entre los relatos de viajes ficticios y los factuales, esto es, los que han sido realizados por el autor. Ficción y realidad como dos extremos opuestos que, sin embargo, en ocasiones pueden solaparse, mezclando lo literario y lo estrictamente documental. Este terreno un tanto lábil no ha sido óbice para remarcar la necesidad de establecer unos rasgos que permitan encasillar bajo un marco común el amplio abanico de narraciones viajeras.

           La frontera que separa un relato de viaje de otras narraciones no es tarea fácil de delimitar, por cuanto las líneas de demarcación que los hace autónomos e independientes se difuminan y entremezclan con otros géneros limítrofes, pudiendo caer en el error de considerar las novelas de aventuras o ciencia ficción como relatos de viaje. Definitivamente no lo son. En este punto, nos parece interesante apuntar los rasgos fundamentales que definen este género narrativo que, según la propuesta de Alburquerque (2011), podemos esquematizar a través de binomios opuestos, enfrentados entre sí, de tal manera que el exceso de uno y el defecto del otro dentro del par, dará lugar a su encuadre dentro del género del relato de viaje o no. Estos binomios son: factual/ficcional, descriptivo/narrativo y objetivo/subjetivo. De esta manera, los rasgos definitorios del relato de viaje lo configuran como un discurso factual con dosis de realismo descriptivo por encima de la mera narración, en la que abunda la objetividad a la hora de transmitir el escritor su experiencia viajera, sin que ello suponga un menoscabo de la visión aportada por el propio autor.

           Si nos distanciamos del relato factual en pos de una literatura de ficción, abandonaremos las fronteras del género del ‘relato de viaje’, adentrándonos en la literatura de ciencia ficción, utopías o novelas de aventuras. Si el relato se recrea en las descripciones olvidando el hilo narrativo que le da consistencia y existencia al relato de viaje, nos hallaremos frente a un “relato estampa” o una guía de viajes. Finalmente, la objetividad no debe ser empañada por la subjetividad que podría llegar a inundar las escenas narradas, esto es, las descripciones han de ser realistas, ajustadas a la realidad, pero no por ello carentes de sentimiento o emoción alguno. Estas características que hacemos emerger como pilares fundamentales del relato de viajes observamos cómo oscilan cual péndulo de un lado a otro, entrando y saliendo del género del relato de viajes.

           El ‘relato de viaje’ puede asumir la forma de cartas, crónicas o incluso columnas periodísticas, todos ellos, compatibles con los rasgos que lo definen y que delimitan sus confines. No podemos negar la indudable influencia de las crónicas en el género de los ‘relatos de viaje’, manifestada en las descripciones geográficas realistas, ausentes de cualquier tipo de maravillas o fábulas. Crónica y literatura de viajes han compartido, al menos hasta el primer tercio del siglo XX, la potestad para la descripción cronológica de determinados acontecimientos. Sin embargo, a partir del Romanticismo, vemos un cambio en el objetivo del viaje: éste deja de ser puramente geográfico, comercial o de investigación, para convertirse en un viaje motivador e inspirador, esto es, un viaje para escribirse, pasando así, del puro libro de viajes a la literatura de viajes.

           Poniendo la mirada en la Historia, el viaje ha sido siempre una constante en la vida del hombre haciendo que esta sea en definitiva un viaje que, con el pasar de los tiempos, ha ido evolucionando, cambiando, madurando…pero a pesar de estos vaivenes el resultado del viaje sigue siendo el (re)descubrimiento del otro y de sí mismo –valga la probable contradicción-. Y es que el interés por conocer más del hombre a través del hombre no ha cesado y se encuentra en la actualidad, quizá, con más fuerza que antaño, aún sabiendo que el mundo ya está “descubierto”.

           En este sentido, consideramos que las raíces de los ‘relatos de viaje’ no se han de buscar solo en Homero (clave para la evolución de la literatura viajera de ficción), sino también en Heródoto y Jenofonte, auténticos padres del género.

           La relación espacio-tiempo, pues, se funde en los relatos de viaje, proporcionándonos un doble deleite: la narración espacial de la experiencia vivida por el autor-viajero y la recreación temporal que nos arrastra en cada relato, con cada palabra, a un momento ubicado en algún calendario elegido por el autor.

           La motivación que impulsa al escritor a viajar y exponer después su experiencia ha sido siempre muy diversa, motivaciones que van desde la misma necesidad de encontrar algo más allá de nuestro mundo hasta el puro placer de viajar, consciente del alejamiento y la evasión o el reencuentro con su infancia en pos de recuperar lo perdido en el pasado.

           En definitiva, como dice Todorov en Las morales de la historia «el que no conoce más que lo suyo se arriesga siempre a confundir cultura y naturaleza, a erigir el hábito en norma, a generalizar a partir de un ejemplo único: él mismo».